jueves, agosto 24, 2006

El Acoso


Era el verano del '99 y estaba pasando por una de las crisis económicas más fuertes de mi vida. Llevaba meses sin publicar nada porque sencillamente me había quedado sin historias. Había exorcisado todos mis demonios al punto de quedarme insoportablemente solo en la tranquilidad de mi hogar. Pasaba horas largas tratando de seducir al lápiz para ver si se escapaba algo que pudiera desarrollar, pero nada venía. Entonces la necesidad comenzó a apremiar. El teléfono dejó de sonar preocupantemente y mi dieta se redujo a lo más mínimo posible, a veces un poco de pan con mantequilla que apaciguaran el hambre mientras le era fiel a mis cuentas. Fue entonces cuando dejé el orgullo a un lado y me fui a la calle a buscarme algún empleo temporero en lo que regresaba la musa.
Por una ecuación lógica fui a parar a una librería. Después de todo, era obvio, ¿qué mejor que rodearse de todos los fantasmas que me precedían para que me devolvieran la magia que se había desvanecido? Todo era muy cómodo, muy reconfortante para mi. Me había acostumbrado rápido a la rutina, aunque a veces temía que el tiempo se me hiciera corto para regresar a escribir. Sin embargo, aún no encontraba la musa necesaria para asociarme nuevamente al papel. Fue entonces cuando él llegó.
La primera vez que lo vi no le presté mucha atención. Estuvo practicamente tres horas merodeando el lugar y llegué a pensar que era algún cleptómano comú y corriente. Se comportaba con mucho nerviosismo y dedicaba mucho tiempo a velar que no lo estuvieran viendo en sus movidas. Lo extraño del caso era que no estaba haciendo nada ilegal o por lo menos no veía nada extraño en él, además de su paranoia. Quizás por eso lo pasé por alto como otro extraño y sin importancia.
Su segunda visita fue igual de enigmática. Su complejo de persecución era enorme. Algunos compañeros lo notaron y se corrió la voz en la librería. Aún, sin embargo, no había hecho nada irregular. Ya me empezaba a fascinar su comportamiento. El tipo era realmente inquietante y esto despertaba grandemente mi curiosidad. Por eso me mantuve alerta, la próxima vez que entrara lo tenía que confrontar. Fue ese sábado a las cinco de la tarde cuando regresó, en medio de una gran oleada de clientes, lo que no me permitió seguirle la pista. Esto no me preocupó mucho porque sabía que no sería breve su visita. Quince minutos después me pude desocupar y me acerqué para ofrecerle ayuda. De alguna forma presentí la contestación, una negativa que generó en su salida de la tienda. Pensé que había sido demasiado obvio y que lo había asustado pero al perseguirlo con la mirada vi que no se había ido del todo. Respiraba agitado fuera de la tienda, como si hubiera pasado por un momento dificil y estuviera intentando reagruparse. Cuando volví a mirar ya estaba nuevamente adentro. Esta vez me propuse ser más sutil. Tenía que aproximarme sin que me pudiera percibir. La curiosidad me estaba matando.
En una de mis rondas me quedé helado y sólo entonces pude empezar a entender a lo que me estaba enfrentando. Lo descubrí envuelto en una mirada sospechosa para con una pareja de recien casados mientras sostenía en sus manos una copia de la biblia satánica. Sus reflejos fueron rápidos y cuando descubrí lo que leía se volteó para ver quién lo señalaba con la mirada. Entonces fui yo el que se movió apresurado, sabiendo que lo que estaba allí no era lo que al principio imaginé. La pregunta ahora era, ¿por qué rayos estaba allí precisamente? ¿Qué podría estar buscando en aquella modesta librería que no podía encontrar en la vastedad del mundo? Intenté comentarle a un compañero lo que acababa de descubrir pero fue inutil. En ese preciso instante percibí como aquel ente podía escuchar a distancia cualquier susurro que se dijera en los alrededores. Traté de ignorar lo sucedido y me fui a casa al terminar el día.
Pasó un tiempo de relativa calma en el que no vi al individuo en la tienda y pensé que todo había quedado atrás. Ya mi situación económica había mejorado un poco y la musa de repente comenzó a llegar por toneladas. Tanto así que, luego de desvelarme por dos semanas terminé mi nueva novela y comenzé a estudiar ofertas para publicarla. Caminando por las calles de la ciudad fue que volví a encontrarlo. Salí temprano de mi cita con el editor y me fui a tomar un café en el viejo local que quedaba en frente. Tenía que mantenerme despierto por algunas horas más, después podría dormir tranquilamente. En medio de aquella multitud que cruzaba la Avenida Central, lo vi venir. Vestía completo de negro y parecía incrustado en medio de los demás. De primera instancia no recordé quién era pero mi inconsciente no me permitía ignorarlo. Algo me decía que no lo perdiera de vista y mis palpitaciones aumentaron considerablemente. Por un momento pensé que estaba fatigado solamente, pero volvía a verlo y la mente me trabajaba más fuerte.
Sentí que me había sentenciado con la mirada y comprendí en ese instante a lo que me estaba enfrentando. No era producto de una casualidad tras otra, este ente venía por mí. Al principio él no lo sabía, pero lo comprendió cuando intercambiamos miradas esa primera vez. Ahora, un poco tarde, yo lo comprendía. Qué quería de mi era una pregunta que no me tocaba comprender aún. Sin embargo, la ansiedad me llenó de un golpetazo y decidí salir de allí lo más pronto posible. Me sumergí entre la multitud que llenaba la calle a esa hora y pensé que así podría alejarme, pero estaba ante una fuerza superior. Cada vez que volteaba lo veía a poca distancia de mí, acercándose muy determinado. No importaba que acelerara mis pasos, siempre estaba allí cuando volteaba.
El tren subterraneo me pareció la mejor opción. Si llegaba a tiempo, lo podía tomar antes que él y me habría librado momentaneamente. De todas formas no me podía explicar aún por qué huía. Logré subirme al tren con relativa velocidad y cuando ya lo había dado por vencido lo vi en el vagón del lado. Iba agarrado de uno de los tubos del pasillo sin quitarme la vista de encima. Tenía que pensar rápido para salir de aquella situación que me estaba empezando a desesperar. En medio de mi reflexión pasamos un par de estaciones y cuando volví a mirar hacia donde se situaba mi perseguidor ya no estaba. Por un momento titubié pues no sabía que hacer.
Fue cuando decidí bajarme del tren y tratar de regresar a casa, todavía confundido por lo que me estaba pasando.
El camino a casa fue más largo de lo normal, pues me fui por rutas alternas por si acaso estuviera esperándome en algún lugar aquel desconocido. Sin embargo transcurrió en absoluta calma. Al llegar a casa tenía un mensaje del editor para confirmarme que mi libro sería publicado y me comenzé a tranquilizar, pensando en otras cosas.
Trabajé unos meses más en aquella librería y luego la dejé para seguir trabajando en mis proyectos. Me tomó un par de meses hacerme de la idea de que posiblemente aquel tipo nunca me persiguió y que a lo mejor yo mismo me estaba sugestionando. Al menos está fue la explicación que me di para sacarmelo de la mente y continuar con mi vida obviando tan extraño incidente. Creo que ya lo habría olvidado del todo si no fuera porque cada noche lo veo merodeando los alrededores del vecindario donde vivo, como animal que acosa a su presa, esperando el momento indicado para atacar...
RJ

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