martes, mayo 01, 2007

Firuzeh


La memoria a veces es un juguete incomprensible. Comentaba con un amigo como los recuerdos trabajan de forma distinta de acuerdo a la persona que los tiene. Por ejemplo, un grupo de amigos puede haberse ido de viaje a Cancún y al pasar de los años uno podría pensar que el viaje ni siquiera se dio. Si no fuera por la marca del pasaporte y algunas fotos que sirven de evidencia, podría pensar que aquellas imágenes distorsionadas por el alcohol son producto de alguna película para jóvenes de esas que muestran chicas haciendo locuras ante las cámaras. A lo mejor, para otro que compartió la mismas experiencias, este fue el viaje de su vida y recuerda cada detalle del mismo, desde la chica que conoció y que vive a miles de kilómetros de su realidad, hasta el libro que se leyó en momentos en los que sus compañeros aprovechaban para recuperarse de la borrachera de la noche anterior. Así de distinta puede ser la memoria para cada persona, aun en instancias similares.
Aquel domingo, Eduardo leía el diario como era costumbre. Por su mente pasaban distintas reflexiones, desde los innumerables casos de corrupción hasta las atractivas ofertas de empleo que nunca se ajustaban a sus intereses. Eduardo acostumbraba a leer el periódico con prisa, deteniéndose solamente en los artículos que realmente le interesaban y, muy raras veces, leía el nombre del columnista. Esto sucedía sólo si el artículo que acababa de leer lo podía catalogar de excelente. En estas ocasiones, le hacía la deferencia para estar más atento en futuras lecturas y saber a quién privilegiar al leer el diario. Precisamente, ese día lo sorprendió una lectura de esta categoría. Eduardo quedó muy satisfecho con las ideas expuestas en ese artículo y buscó el nombre del columnista que lo había deslumbrado. Inmediatamente sucedió algo inesperado. Su cuerpo quedó helado y una corriente extraña lo estremeció al leer el nombre. La periodista se llamaba Firuzeh.
Eduardo no sabía por qué, pero reconoció ese extraño nombre de inmediato. Parecía como si una historia del pasado estuviera ligada a ese sustantivo. De repente la relevancia del artículo pasó a un segundo plano junto con el diario. Si algo odiaba Eduardo era el no poder acordarse de algo. Ahora le daba vueltas en la mente ese exótico nombre y tenía que averiguar por qué. En primer lugar pensó en alguna amistad de sus padres. Estos eran diplomáticos y habían viajado mucho por el mundo. Gracias a este privilegio tenían amistades de diversos puntos del orbe. Sin embargo, y luego de pasar lista mentalmente, ninguna Firuzeh saltó a su memoria.
Comenzó a recordar reconocidos artistas y ninguno respondía a este nombre. De repente lo asaltó una duda. Y si su recuerdo provenía de algún momento oscuro de sus años de universitario. Quizás esta chica había quedado en el olvido como un viejo amor y su recuerdo pretendía hacerle ecos en la mente. Esta teoría le seducía pero no tenía los suficientes elementos de juicio para validarla. Había tenido muchos amores pasajeros en esos años pero no lograba atar el nombre con ninguno de los rostros que recordaba. Tal vez quedaba una puerta abierta de posibilidades por aquel año que estudió de internado en Madrid . Ese año le sirvió como un periodo de experimentación en el cual vivió momentos que nunca más repetiría en su vida. Muchos de estos sucesos habían quedado muy resguardados en algún cajón de olvidos aparentes, sólos rescatados por destellos fugaces de pasado.
Sería Firuzeh la gitana con lo que se acostó, luego de conocerla en aquella vieja tasca. Aquella era una mujer de unos cuarenta años, muy bien vividos, con una vitalidad increíble y que no titubeó en acostarse con ese joven de veintidós años. Siempre le supo a pecado aquel desliz fugaz y lo había desterrado al olvido pero este nombre se había encargado de repatriarlo. Sin embargo, Firuzeh parecía significar algo más. Era como una sugestión sagrada, como un nombre místico, una impresión imposible de describir y que provocaba la aceleración desmedida de los latidos de su corazón.
Pensó luego en una noche de poesía y buenos vinos. Recordó los tiempos de un pasado inmediato en los que había hecho costumbre de frecuentar bares bohemios empleados como foros de expresión artística. Recordó haber quedado prendado de una chica de unos veinticuatro años, de pelo negro y ojos azules que tomaba con hermosa sutileza una copa de vino blanco. Ese noche se presentaban simultaneamente una exhibición de un joven pintor local y un libro de un renombrado poeta ya entrado en edad. Eduardo siguió por un buen rato los pasos de la hermosa joven hasta percatarse de que era la acompañante del viejo poeta. No sabía por qué, pero tenía la impresión de que esa chica de ojos azules era la Firuzeh que le recordaba esa periodista que firmaba el artículo del periódico.
De repente la duda regresó a sus pensamientos cuando recordó una gran película del cine español en la cual aparecía un personaje que podía ser sin dudas Firuzeh. La trama se desarrollaba en medio de la Sevilla actual y presentaba un tema de espionaje, religión y muerte. Sin duda alguna era una interesante película de intriga en la que el personaje femenino dejaba un fuerte impacto en el espectador. Cuando pensaba en Firuzeh, también este personaje parecía reclamar el nombre.
Eduardo llevaba ya más de cinco horas con esta reflexión y de repente lo sobrecogió un desconcierto inmenso. Por un momento pensó que ni siquiera conocía a alguna Firuzeh y que simplemente le había llamado tanto la atención ese artículo que le pareció conocer a quién lo escribía. Esta teoría quedó descartada al instante. En primer lugar, ni siquiera recordaba el contenido del artículo ya y sin embargo, el nombre de ella seguía dando vueltas en su cabeza y provocando una extraña tensión en su cuerpo. En ese instante comprendió quién era Firuzeh. Su corazón sintió alegría y su mente se aclaró rápidamente. Firuzeh era una pequeña historia que quería ver la luz del sol y reclamaba su espacio. Estaba en su mente y no en su memoria, pues estaba dentro de sí. Había sido una lucha intensa pero con mucho sentido. Una vez más ganaba la inspiración.

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